Comentario
Las colinas y los barrancos de Roma estaban ya poblados en el siglo X a. C. y nunca dejaron de estarlo aunque los romanos creyesen que la urbs había sido fundada etrusco ritu en los años 754-53. Los hallazgos son muchos y lo demuestran.
Son de tener en cuenta, en primer lugar, los grupos de tumbas, llamados cada uno de ellos sepolcreto, en singular, descubiertos en el Foro Romano (Via Sacra, Templo de Antonino y Faustina y entre el Arco de Augusto y el Templo de Divo Julio), Foro de Augusto, Velia y Palatino. La forma de sepelio más común, y por tanto típica, era la incineración del cadáver. Las cenizas de éste, guardadas en una urna, se depositaban en un hoyo cilíndrico (tomba a pozzo). Como urna se utilizaba una simple olla de barro, cubierta por un plato del revés o por una tapa especial en forma de techo de cabaña, que sugiere la idea de la tumba-casa. La sugerencia es más clara en la urna itálica más característica, la cabaña en miniatura, provista de puerta practicable y a veces también de las aberturas, adornos y viguetas salientes de la techumbre. Por ser este objeto cerámico, original y atrayente, es el que más se graba en la memoria como creación plástica notable, de una época muy limitada en manifestaciones de su género. Estas urnas ecomorfas de Roma y del Lacio son anteriores a las de Etruria; no las hubo en la Toscana del Bronce Final (Fase de Allumiere); las del norte de Alemania son también más recientes. La urna y los objetos del ajuar suelen aparecer dentro de una tinaja (dolium), provista de un cordón en relieve debajo del borde y protegida por una losa o una capa de piedras pequeñas.
En el ajuar que acompaña a la urna entran las tazas de panza carenada y asa de doble ojal (ansa bifora, en italiano), vasos trípodes: vasos troncocónicos, con asas de lengüeta; vasos abarquillados; vasos de borde entrante y baquetones; askoí; fíbulas de bronce, entre ellas las de arco serpenteante y mortaja en espiral; navajas de afeitar cuadradas; armas en miniatura (como lo son también la mayoría de los vasos), etc., todos ellos elementos de una koiné cultural que abarca los montes Albanos y los de la Tolfa y viene a respaldar la tradición que sitúa en Alba Longa la cuna de las treinta ciudades del Lacio primitivo.
A esta fase sigue otra en que las inhumaciones alternan con las cremaciones al principio y acaban suplantándolas del todo al final. Entre aquel momento y éste (siglo VIII) desaparecen los sepolcreti del Foro y del Palatino, ambos densamente habitados ahora por los vivos; y surge la gran necrópolis de la Roma arcaica, la del Esquilino, ocupada por sepulturas de inhumación (tombe a fossa). Entre las novedades arqueológicas características de los ajuares, las fíbulas de arco ensanchado, muy grandes a veces y enriquecidas con anillos acostillados ensartados en el alfiler, aparecen en compañía de armas reales de bronce (espadas y puntas de lanza). Al lado de las fosas se construyen las primeras tumbas de piedra, modestas aún, pero delatando la influencia de la Caere etrusca, aún en sus comienzos.
Si los sepolcreti más antiguos apuntaban a núcleos de población asentados en las colinas y pendientes inmediatas a los foros -Germalus, Palatium, Velia por el lado del Palatino y Latiar en el extremo sur del Quirinal- su abandono, coincidente con la apertura del sepolcreto del Esquilino, supone un deslinde de las zonas de habitación y zonas de enterramiento, revelador de una planificación urbanística que mucho más tarde encontrará acogida y sanción en la disposición de las Doce Tablas que prohibía inhumaciones o cremaciones de cadáveres en el interior del recinto urbano. El momento podría coincidir con la fecha tradicional de la fundación de Roma.
Hoy sabemos que antes de la fundación de Cumas (circa 750 a. C.) hubo otro establecimiento griego en Campanil, el primero de Italia: Pithekoussai, en la isla de Ischia, a través del cual penetraron en el mundo vilanoviano y lacial los primeros elementos griegos, la cerámica torneada y pintada entre ellos. Muchas muestras de esta cerámica, de la primera mitad del siglo VIII, han aparecido en Veyes (Quattro Fontanili), Roma (San Omobono, al pie del Capitolio) y Rústica. La decoración de círculos concéntricos, típica del Protogeométrico y del Geométrico I en Grecia, está aplicada a formas cerámicas que, sin embargo, no son griegas, sino itálicas, y propias de la cerámica a mano, la llamada impasto. Se diría que los alfareros griegos que la modelaron (adelantándose a lo que Nikóstenes había de hacer en sus ánforas nicosténicas en el siglo VI) trataban de captar por ese medio una extensa y lucrativa clientela en el mundo itálico. Los fragmentos hallados en el área sacra de San Omobono se escalonan desde el segundo cuarto del siglo VIII al término del mismo; unos son productos euboicos y pitecusanos, otros corintios, otros de la isla de Naxos, la más extensa de las Cícladas. Ellos acreditan la introducción de una cerámica de barniz y arcilla de primerísima calidad, fabricada ya ex professo para el mercado local, aunque en este caso destinada a un lugar sagrado, donde ciertas formas tradicionales podían ser de rigor. El rastro dejado por los hallazgos de esta cerámica indica que sus nudos comerciales, fácilmente comunicados por vía naval, eran Satricum (cerca del puerto de Anzio), Lavinium, Décima, Roma, Veyes, Caere y Tarquinia; estas dos, dueñas de puertos cercanos en sus dominios territoriales.